La Negra Internacional
Julieta Díaz y Diego Presa presentan “Río”
Un algo, un alguien, no importa qué, quién, qué azar, qué designio, juntó estas inquietudes. “Una parcería inesperada”, dijo Diego Presa, mitad de este tándem que completa Julieta Díaz.
La pandemia unió a Presa, uruguayo, músico, poeta, cantautor inquieto, con ya casi incontables trabajos como solista o entreverado en Buceo Invisible y El Astillero, con Díaz, argentina, laboriosa actriz de tablas y pantallas chicas y grandes, pero también poeta precoz y permanente. La distancia se hizo proximidad creativa y, cuando quisieron acordar, ahí estaba “El revés de la sombra” (Bizarro, 2021), un EP cálido y poético de coautorías con halo de antesala.
Ahora es tiempo de “Río”, un disco grabado en los dos márgenes del Plata y con cómplices de las dos orillas. A Julieta Díaz en vocales y Diego Presa en voces, guitarras acústicas, mandolina y producción musical, se sumaron Santiago Peralta en guitarra eléctrica, Ariel Iglesias en batería y percusión, Checo Anselmi en bajo, Juan Ravioli en piano y Christine Brebes en violín, para completar un equipo sólido a las órdenes de las canciones.
Y es que “Río” es, en tiempos de singles y feats oportunistas, un disco en serio. Una obra que se escucha, se lee, se siente como una unidad, donde el amor, el tiempo y los sueños cruzan las composiciones casi obsesivamente, y eso es una buena noticia. Acaso no hay poesía, no hay canción que atraviese los días que no hable de estos dolores.
En “Río”, Presa y Díaz juegan con los géneros, los degeneran y eligen las sonoridades que mejor visten las canciones. Al final, lo que se quiere decir es lo que se quiere decir. Porque, bajo una apariencia de —llamémosle— pop, los diez tracks del álbum pasan por baladas, rocks y blues de allá, milongas de acá, y entroncan en un cauce común, esa costumbre cancionística del Río de Plata, tan lleno de fernandocabrera y lilianaherrero como vacío de prejuicio. Y en ese plan, además, las voces a veces se amalgaman y otras discurren antojadizas, como agua, como ríos que se encuentran o como “mar que se ciñe en laguna”.
El disco se abre con “Luz de río”, una milonga densa que abre paso a “Arrancar el día”, medio vaso lleno de frescura pop, y luego “Zamba”, todo dulzura con la noche de fondo.
“Tordo” es el primer sobresalto, un rock’n’roll sin frenos volando sobre una autopista vacía, y una canción que tiene lo que necesita un clásico: riff y melodía, una letra para aprender de memoria y un estribillo hecho de cuchillos.
Para “Serpiente en vuelo”, el traje es de blues árido y épico de coros fantasmales, y un aura al “The end” de los Doors, y no solo por el inevitable reptil, y “Desafina”, con sus arreglos austeros, suena más que a canción a poema musicalizado, que no es lo mismo, y no es un demérito.
“La luz que me esperaba”, en cambio, conecta con el espíritu optimista de “Arrancar el día”, y podría haber sido firmada por Buck/Merchant a fines de los 80. Para el cierre, “tiempo de usar palabras sagradas”, la darnachaunsniana “Serás peligrosa” es una invitación y un desafío.
Pero hay más en “Río”. Hay dos versiones, dos nuevas lecturas del cancionero rioplatense. La más cercana en el almanaque, “Volver a volver”, de Gabo Ferro es, sin dudas, menos lúgubre que el registro original, y la frase “hace tanto frío que no puedo más que arder” suena, en la voz de Díaz, luminosa como un malvón de baldío. La otra es “La canción quiere”, firmada urgentemente por Alfredo Zitarrosa en 1972. Ahora, rabiosamente alhajada y en la garganta de Presa, es un pájaro en llamas que enciende al resto de las canciones del disco.
Como en el de Heráclito, nadie sale el mismo de este río. Aquí, las canciones se abren camino a punta de incómoda elegancia para buscar otros horizontes, nuevos o viejos, qué más da, fuera del mapa de la complacencia. En horas de barro y turbulencia, “Río” milita —e invita a militar— por la belleza.
Créditos: GIsela Filc